Así, una sola palabra, videojuegos. Llevan 25 años entreteniéndonos. ¿Y antes qué hacíamos en los ratos libres? ¿Nada? Bueno, el primer videojuego que tuvimos apenas si era un poco más que nada. Se llamaba Pong y todavía, a duras penas, sobrevive en internet casi como una curiosidad, para mantener viva la nostalgia.
Son dos paletas (en rigor, dos barras blancas), una en cada extremo de la pantalla, simulando un partido de ping-pong. Era el único juego de una consola llamada Telematch, bisabuela de la PlayStation, que se conectaba al televisor. Lo inventó en 1972 Ralph Baer, un alemán que todavía hoy no puede creer que no se le ocurriera agregarle sonido.
Quien llegaba en 1978 a solucionar la ausencia de sonidos era el Space Invaders. ¿Quién no recuerda el pánico que provocaban aquellos marcianos que bajaban, al ritmo de acordes cada vez más rápidos, para destruir nuestro tanque antialienígena?
La Telematch no sobrevivió demasiado, ante la revolución que significó la llegada de la Atari 2600 una consola... ¡con cartuchos intercambiables! Por aquellos días aparecía el Breakout, que años más tarde se convertiría en el Arkanoid. Otra propuesta simple y adictiva: un pelotita que rompía una pared, ladrillo por ladrillo. La única preocupación era no dejar caer la pelota.
El Space Invaders abandonaba la exclusividad del verde y blanco para transformarse en Galaxian. La década del ochenta llegaba con marcianitos a todo color, incluyendo extraterrestres kamikazes cayendo cuando uno menos lo esperaba. Mientras tanto, nacía un clásico: el Pac-Man. Apenas una bolita amarilla que comía todos los puntitos de la pantalla mientras esquivaba a los asesinos Blinky, Pinky, Inky y Clide. Imposible dejar de jugarlo, al punto en que muchos adictos al Pac-Man renunciaron a interesarse por nuevos videojuegos y continúan comiendo puntitos y escapando de los fantasmas. Otra vez la banda sonora es protagonista: nadie puede evitar una sonrisa al recordar el sonido de los bocados del comecocos o la musiquita burlona que indica que nuestro héroe ha pasado a mejor vida.
Llegaban las consolas Family Game y con ellas un plomero que se convertiría en otro clásico. En el Donkey Kong, aquel juego del gorila enojado que arrojaba barriles, nuestro personaje se llamaba Jumpman, pero en 1983 ese mismo regordete de enterito azul pasaba a llamarse Mario y aparecía acompañado de su hermano Luigi. Apenas si corrían y pegaban saltitos y cabezazos tratando de limpiar a la fuerza las cañerías, pero poco más tarde eran parte de una historia de intriga, acción y amor. En Super Mario Bros, los hermanos van al rescate de la Princesa Peach, una tarea realmente complicada. Había que secarse la transpiración cuando aparecía el monstruo del final del nivel.
En 1985 nacía el Tetris. Barras con distintas formas caen del cielo y hay que situarlas en la posición correcta. Sé de mucha gente que, tras sesiones de larguísimas horas, decía ver piezas del Tetris en cada acontecimiento de la vida real: en la cocina, en los edificios, y hasta cuando tenía que frenar el auto en un semáforo, como si estuviese manejando el joystick. Un peligro.
Entre tanta inocencia tenía que aparecer algún entretenimiento bélico. Wolfenstein 3D presentó los juegos de acción en primera persona. Básicamente, una mano (la de nuestro personaje), un arma, disparos y sangre. Había que matar a todos los que se presentaban, fueron soldados nazis o bestias peludas. Pero las luchas mano a mano (joystick a joystick, en este caso) se hicieron populares con los pandilleros de Street Fighter y, ya en los noventa, Mortal Kombat y sus inolvidables fatality. Sangre garantizada.
Nada de esto es nuevo para nadie, al contrario. Y la lista siempre está incompleta, con cientos de títulos que quedaron en el medio, entre aquella fascinación de los comienzos y la última generación de videojuegos. Por hacer honor a algunos, estaban Sonic y su fiel ladero recolectando anillos por fábricas y selvas, los acertijos del Monkey Island, los aviones de 1942, el descapotable del Out Run, hasta llegar a otro cambio radical: Los Sims, o cómo jugar a ser Dios y decidir las acciones de cada integrante de una familia. Y casi me olvido del Frogger, el Duck Hunt, F-15 Strike Eagle, Grand Prix, World Cup, Fifa, Bomberman, Cool Spot, Popeye, Tennis, Micromachines, Los Simpson, Moon Patrol, Othello, Ms. Pac-Man, Pac-Land... Yo era fanático del City Conection y el Elevator Action, y juro que conozco a alguien que recuerda con pasión al Ghosts'n'Goblins. Ahora todos esos (¡todos!) están en Console Classix, por ejemplo.
El Family Game pasó al olvido con la Sega (mis hijos tuvieron la "Songa", algo es algo) y de la PlayStation saltamos a las llamadas consolas de séptima generación, que dejaron a las demás relegadas a la categoría de juguetes prehistóricos. Son la PlayStation 3, la Xbox 360 y la Wii, que incluye un sensor de movimiento que permite, por ejemplo, jugar al tenis como lo haría un deportista, sólo que haciendo los movimientos en el aire, golpeando una pelotita virtual. Sólo hay que cambiar de juego y el mando inalámbrico se convertirá en una espada, un pincel, un volante, una magnum...
Pero eso no es nada. El nuevo furor se llama Mindball, nada menos que un juego para dos personas que se controla por ondas cerebrales. Hay que colocarse unos sensores en la cabeza, sentarse frente a una mesa y tratar de hacer un gol sólo con el pensamiento. Con pelotitas de verdad, nada de dibujitos virtuales. También está Emotiv, una "interfase para la nueva generación de interactividad humanos-máquinas". En criollo, un casco que permite enviar órdenes cerebrales a una máquina.
¿Cuál será el nuevo invento? Da miedo de sólo pensarlo. Era cierto que el año 2000 iba a ser el futuro. El futuro ya llegó.
Son dos paletas (en rigor, dos barras blancas), una en cada extremo de la pantalla, simulando un partido de ping-pong. Era el único juego de una consola llamada Telematch, bisabuela de la PlayStation, que se conectaba al televisor. Lo inventó en 1972 Ralph Baer, un alemán que todavía hoy no puede creer que no se le ocurriera agregarle sonido.
Quien llegaba en 1978 a solucionar la ausencia de sonidos era el Space Invaders. ¿Quién no recuerda el pánico que provocaban aquellos marcianos que bajaban, al ritmo de acordes cada vez más rápidos, para destruir nuestro tanque antialienígena?
La Telematch no sobrevivió demasiado, ante la revolución que significó la llegada de la Atari 2600 una consola... ¡con cartuchos intercambiables! Por aquellos días aparecía el Breakout, que años más tarde se convertiría en el Arkanoid. Otra propuesta simple y adictiva: un pelotita que rompía una pared, ladrillo por ladrillo. La única preocupación era no dejar caer la pelota.
El Space Invaders abandonaba la exclusividad del verde y blanco para transformarse en Galaxian. La década del ochenta llegaba con marcianitos a todo color, incluyendo extraterrestres kamikazes cayendo cuando uno menos lo esperaba. Mientras tanto, nacía un clásico: el Pac-Man. Apenas una bolita amarilla que comía todos los puntitos de la pantalla mientras esquivaba a los asesinos Blinky, Pinky, Inky y Clide. Imposible dejar de jugarlo, al punto en que muchos adictos al Pac-Man renunciaron a interesarse por nuevos videojuegos y continúan comiendo puntitos y escapando de los fantasmas. Otra vez la banda sonora es protagonista: nadie puede evitar una sonrisa al recordar el sonido de los bocados del comecocos o la musiquita burlona que indica que nuestro héroe ha pasado a mejor vida.
Llegaban las consolas Family Game y con ellas un plomero que se convertiría en otro clásico. En el Donkey Kong, aquel juego del gorila enojado que arrojaba barriles, nuestro personaje se llamaba Jumpman, pero en 1983 ese mismo regordete de enterito azul pasaba a llamarse Mario y aparecía acompañado de su hermano Luigi. Apenas si corrían y pegaban saltitos y cabezazos tratando de limpiar a la fuerza las cañerías, pero poco más tarde eran parte de una historia de intriga, acción y amor. En Super Mario Bros, los hermanos van al rescate de la Princesa Peach, una tarea realmente complicada. Había que secarse la transpiración cuando aparecía el monstruo del final del nivel.
En 1985 nacía el Tetris. Barras con distintas formas caen del cielo y hay que situarlas en la posición correcta. Sé de mucha gente que, tras sesiones de larguísimas horas, decía ver piezas del Tetris en cada acontecimiento de la vida real: en la cocina, en los edificios, y hasta cuando tenía que frenar el auto en un semáforo, como si estuviese manejando el joystick. Un peligro.
Entre tanta inocencia tenía que aparecer algún entretenimiento bélico. Wolfenstein 3D presentó los juegos de acción en primera persona. Básicamente, una mano (la de nuestro personaje), un arma, disparos y sangre. Había que matar a todos los que se presentaban, fueron soldados nazis o bestias peludas. Pero las luchas mano a mano (joystick a joystick, en este caso) se hicieron populares con los pandilleros de Street Fighter y, ya en los noventa, Mortal Kombat y sus inolvidables fatality. Sangre garantizada.
Nada de esto es nuevo para nadie, al contrario. Y la lista siempre está incompleta, con cientos de títulos que quedaron en el medio, entre aquella fascinación de los comienzos y la última generación de videojuegos. Por hacer honor a algunos, estaban Sonic y su fiel ladero recolectando anillos por fábricas y selvas, los acertijos del Monkey Island, los aviones de 1942, el descapotable del Out Run, hasta llegar a otro cambio radical: Los Sims, o cómo jugar a ser Dios y decidir las acciones de cada integrante de una familia. Y casi me olvido del Frogger, el Duck Hunt, F-15 Strike Eagle, Grand Prix, World Cup, Fifa, Bomberman, Cool Spot, Popeye, Tennis, Micromachines, Los Simpson, Moon Patrol, Othello, Ms. Pac-Man, Pac-Land... Yo era fanático del City Conection y el Elevator Action, y juro que conozco a alguien que recuerda con pasión al Ghosts'n'Goblins. Ahora todos esos (¡todos!) están en Console Classix, por ejemplo.
El Family Game pasó al olvido con la Sega (mis hijos tuvieron la "Songa", algo es algo) y de la PlayStation saltamos a las llamadas consolas de séptima generación, que dejaron a las demás relegadas a la categoría de juguetes prehistóricos. Son la PlayStation 3, la Xbox 360 y la Wii, que incluye un sensor de movimiento que permite, por ejemplo, jugar al tenis como lo haría un deportista, sólo que haciendo los movimientos en el aire, golpeando una pelotita virtual. Sólo hay que cambiar de juego y el mando inalámbrico se convertirá en una espada, un pincel, un volante, una magnum...
Pero eso no es nada. El nuevo furor se llama Mindball, nada menos que un juego para dos personas que se controla por ondas cerebrales. Hay que colocarse unos sensores en la cabeza, sentarse frente a una mesa y tratar de hacer un gol sólo con el pensamiento. Con pelotitas de verdad, nada de dibujitos virtuales. También está Emotiv, una "interfase para la nueva generación de interactividad humanos-máquinas". En criollo, un casco que permite enviar órdenes cerebrales a una máquina.
¿Cuál será el nuevo invento? Da miedo de sólo pensarlo. Era cierto que el año 2000 iba a ser el futuro. El futuro ya llegó.
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