Siguiendo la estela del célebre Renegade, Technos fue la encargada de dar forma a uno de los primeros beat'em ups que sirvieron para asentar las bases del género.
El título, que fue diseñado para la ocasión por Yoshihisa Kishimoto y distribuido de forma oficial por Taito, sorprendió a propios y a extraños con una historia en la que dos hermanos gemelos, Billy y Jimmy, se enfrentaban a riesgo de su propia vida contra la malvada y numerosa banda de los Black Warriors, con el firme propósito de dar con el paradero y en última instancia rescatar a la amada de Billy, que había sido secuestrada por esta deleznable organización.
Si bien para ser justos es preciso reconocer que esta es una historia que no sorprende en absoluto, pues como hemos visto en multitud de ocasiones la necesidad del héroe en funciones de rescatar a una bella damisela ha sido un tema ciertamente recurrido en el hilo argumental de una gran cantidad de videojuegos, más aun si nos centramos en los sistemas arcade.
Pero donde si destacaba este Double Dragon era en su planteamiento, cuya ejecución y puesta en escena se tornaban arrolladoras, de una calidad inusitada, y que a los usuarios habituales a las coin-ops cogió por sorpresa.
De este modo, sirviéndonos de un arte marcial bautizado con el rimbombante nombre de Sou Setsu Ken, nuestro cometido pasará por enfrentarnos a hordas enteras de enemigos que tratarán por todos los medios, algunos más nobles que otros, de dar buena cuenta de nuestra salud, y que por supuesto no dudarán en interponerse entre los protagonistas y su objetivo final, que no es otro que la pobre Marian, la víctima en funciones.
Y todo ello a lo largo cuatro largos niveles, con sus correspondientes enemigos finales a batir, de sencillas pautas de ataque pero cuya resistencia física a los golpes del jugador supondrán un contundente desafío.
Para aquellos amantes de las curiosidades, el arcade original adolecía de ciertos bugs que facilitaban en gran medida el tránsito del usuario a lo largo de la aventura, permitiendo, por ejemplo, servirse de forma reiterada del siempre efectivo codazo, un ataque que causaba estragos entre las filas enemigas, pues no les brindaba la ocasión de defenderse.
Sea como fuere, para bien o para mal estos pequeños fallos fueron corregidos en las correspondientes adaptaciones que se hicieron para las plataformas domésticas de finales de los ochenta.
Por supuesto, una de las mayores virtudes del título radicaba en un competente modo cooperativo, en el que los enemigos se multiplicaban por dos, y si los jugadores disponían de la suficiente habilidad como para llegar hasta el codiciado final, se veían obligados a batirse entre ellos por ver quien se hacía con el beneplácito de la deseada fémina.
Un detalle cuanto menos curioso, y ciertamente poco habitual en el género, el hecho de obligar a los usuarios, compañeros inseparables de fatigas durante todo el progreso de la partida, y que han unido sus fuerzas para un bien común, a rivalizar entre ellos y pugnar por alzarse con la victoria, abatiendo de la forma más contundente posible al que ha sido nuestro apoyo y factor clave para garantizar nuestro éxito.
Centrándonos en el apartado técnico, apenas ocho Megabits de memoria le bastaron al equipo desarrollador para dara luz un título imperecedero, convertido en clásico desde el mismo momento de su lanzamiento.
No fue casual que Double Dragon definiera las pautas a seguir por un elevado número de títulos futuros y prestigiosas compañías, pues sirviéndose de una particular perspectiva isométrica, se le otorgaba al jugador una plena libertad de movimientos, pudiendo desplazarse entre los ejes X, Y, y Z respectivamente.
El resultado, como es obvio, eran unos escenarios mucho más dinámicos que hacían posible moverse en profundidad y conferían al desarrollo de los combates un cierto componente estratégico.
En lo que respecta a las habilidades intrínsecas de cada luchador, pese a que hoy en día sus golpes pueden parecer irrisorios, en el año 1.987 sirvieron para revolucionar un sistema de juego que permanecía estancado, permitiendo utilizar, además de los frecuentes puñetazos y las demoledoras patadas, ataques tan sorprendentes como codazos, rodillazos, e incluso voltear a los enemigos para dar con estos en el suelo.
Habilidades que, dicho sea de paso, no resultaban exclusivas de los personajes protagonistas, pues tan pronto eran ejecutores como víctimas de estas arriesgadas técnicas de lucha, mortales de necesidad.
Por último cabe destacar la opción de hacerse con los servicios de múltiples armas, que por norma general estaban en posesión de los enemigos y era preciso arrebatárselas, así como de determinados objetos, integrados en el escenario de la mejor forma posible y que cumplían su cometido a modo de armas arrojadizas.
Y como guinda a un apartado técnico magistral donde los haya, sumadle unas melodías que consiguieron calar profundamente en los corazones de todos los afortunados que tuvieron la ocasión de disfrutar de la máquina original, de aquellas que perduran en la memoria con el paso de los años.
Poco más se le puede pedir a un título de estas características, y es que después de tantos años transcurridos desde su lanzamiento, la convicción es unánime, y nadie pone en tela de juicio que Double Dragon ofrecía todo aquello que se le podía exigir a un título de estas características, e incluso más que eso.
Buena prueba de ello es el gran cariño que le profesan cientos de miles de aficionados asiduos a los salones arcade, y sus múltiples continuaciones, así como sus numerosas conversiones, aunque este es un tema a tratar en otra ocasión, pues bien merece un detenido estudo y comentario pormenorizado.
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